TRASTORNOS EN LA SEXUALIDAD
Mecanismos psíquicos
normales y presentes en todos los seres humanos llevan en unos casos
al amor y, en otros a la muerte, en unos casos a la estupidez en la
cual nos sume cualquier enfermedad mental y, en otros, al sublime
estado de la creación. Tanto en el orgasmo feliz como en la negativa
impotencia anidan los mismos afectos: tristeza, angustia, dolor.
Podemos decir que no
existe hombre ni mujer que haya dejado de padecer trastornos sexuales
en algún momento de su vida, como impotencia y frigidez. Suelen
acontecer de manera común, del mismo modo en que aparece la fiebre
como síntoma de alguna enfermedad y no como una enfermedad.
Quiere decir que según
su modo de aparición y su frecuencia pueden revelarse pertenecientes
a una enfermedad estructurada en torno a la impotencia, la
eyaculación precoz, la frigidez. Pero también pueden presentarse
como trastornos ocasionales cuando un hombre, una mujer, se
encuentran, se meten, en situaciones engorrosas, sorpresivas o de una
inusitada intensidad.
La impotencia se
manifiesta en una gama que puede ir desde la carencia de erección
hasta la falta de sentimientos -el desapego respecto del otro-. Es
interesante señalar que los que padecen estos trastornos no
desprecian ni rechazan las relaciones sexuales, es más, desean
vivamente mantener esas relaciones y es en el intento cuando el
síntoma los sorprende.
La eyaculación precoz,
la impotencia y la frigidez, son actos solitarios aunque necesitan a
otro, a otra, para realizarse, necesitan a otro para no ocuparse de
él. La observación clínica atrae nuestra atención hacia la muy
frecuente coincidencia de un impotente y una frígida emparejados,
donde la magnitud de la insatisfacción que padecen sólo es
comparable en intensidad con la mutua atracción que entre ellos se
ejerce.
Atracción que nos
resultaría inexplicable si no contáramos con el auxilio del
psicoanálisis que nos muestra como, de manera inconciente, el
impotente o el eyaculador precoz no busca encontrarse con una mujer y
por eso le viene a la perfección una frígida, porque ella tampoco
busca un hombre en sus encuentros sexuales. Es decir, en las parejas
así configuradas se da una complicidad inconciente para que allí no
haya goce de las diferencias. Allí, más bien, se cumple un deseo
sexual infantil y, a la vez, el castigo por su cumplimiento.
Se reconoce en estas
personas una anulación de la capacidad imaginativa que se encuentra
obturada por la obsesión de “la próxima vez”, por la seguridad
–apenas acabado el último encuentro insatisfactorio- de que el
próximo intento será igualmente un fracaso.
Lo dicho nos autoriza a
afirmar que por más que los trastornos aparezcan en una parte
determinada del cuerpo, desistimos de verlos como un problema local.
O sea, que a pesar de que la impotencia parezca estar localizada en
el pene y la frigidez en la vagina, son formas de manifestación de
complejos inconcientes que sólo pueden ser tratados en su medio
propio, es decir, entre palabras.
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