Lo que interviene en la relación de amor, lo que se pide como signo de amor, es siempre algo que sólo vale como signo y como ninguna otra cosa. O por ir todavía más lejos, no hay mayor don posible, mayor signo de amor, que el don de lo que no se tiene. Pero nótese que la dimensión del don sólo existe con la introducción de la ley. Como nos dice toda la meditación sociológica, el don es algo que circula, el don que uno hace es siempre el don que ha recibido. Pero cuando se trata del don entre dos sujetos, el ciclo de los dones tiene todavía un origen distinto, pues lo que establece la relación de amor es que el don se da, digámoslo así, por nada.
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El principio del intercambio es nada por nada. Esta fórmula, como toda fórmula en la que interviene el ambigüo nada, parece la misma fórmula del interés, pero es también la fórmula de la gratuidad. En el don de amor, se da algo por nada, y sólo puede ser nada. Dicho de otra manera, lo que constituye el don es que un sujeto da algo de forma gratuita, pues tras lo que da esta todo lo que le falta, el sujeto sacrifica más allá de lo que tiene. Lo mismo ocurre por otra parte en el don primitivo, tal como se ejerce efectivamente en el origen de los intercambios humanos bajo la forma del potlatch.
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El principio del intercambio es nada por nada. Esta fórmula, como toda fórmula en la que interviene el ambigüo nada, parece la misma fórmula del interés, pero es también la fórmula de la gratuidad. En el don de amor, se da algo por nada, y sólo puede ser nada. Dicho de otra manera, lo que constituye el don es que un sujeto da algo de forma gratuita, pues tras lo que da esta todo lo que le falta, el sujeto sacrifica más allá de lo que tiene. Lo mismo ocurre por otra parte en el don primitivo, tal como se ejerce efectivamente en el origen de los intercambios humanos bajo la forma del potlatch.
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